El proceso de desregulación realizado por México se inició en los años 80 y tenía como objetivo hacer más competitivo el marco sistémico de la economía mexicana. Dicho proceso constaba de dos vertientes:
La primera, orientada a realizar una serie de reformas hacia el interior que, en un principio, incluyó el autotransporte federal de carga, de turismo y de pasajeros; las patentes y marcas; las reformas al artículo 27 constitucional en materia de propiedad de la tierra; la cogeneración y autoabastecimiento de energía eléctrica; la inversión extranjera directa; medicamentos genéricos y eliminación de controles de precios, entre otros.
La segunda, hacia el exterior, se realizó teniendo como base una apertura comercial que se inició con el ingreso de México al GATT, a la APEC y a la OCDE; continuó con la firma de Acuerdos de Complementación con Chile y Uruguay; y culminó con la firma del TLCAN, mismo que se constituyó como el proyecto más importante para el desarrollo económico de México pues significaba lograr el acceso preferencial al mercado más grande del mundo mismo que todavía está integrado por Canadá y Estados Unidos, países que también constituyen el principal mercado de importación mundial; ambos países muy cercanos geográficamente a México –que son nuestros principales socios comerciales–, con alto nivel de ingresos, con los que tenemos grandes ventajas comparativas y con los que somos muy complementarios en numerosos aspectos.
Por estas circunstancias, los objetivos de México en la participación del TLCAN eran lograr una integración comercial y productiva con sus socios para añadir mayor valor y generar más riqueza en la región; aprovechar las ventajas comparativas de cada uno en la producción compartida a fin de ser más competitivos; atraer mayores flujos de inversión extranjera directa, todo ello, con el fin último y el más importante de generar empleos y elevar el nivel de vida de la población.
Desgraciadamente, ninguno de esos objetivos se ha logrado debido a que en nuestro país no ha habido una estrategia alguna al respecto y, consecuentemente, México no logró ser un socio estratégico como estaba previsto y la participación de México en la generación de riqueza mundial ha disminuido, como también lo ha sido la participación del TLCAN. Su papel se ha reducido a ser el patio trasero de Estados Unidos.
Independientemente de la carencia de una estrategia integral que permitiera generar riqueza, México adoptó como base de su “política de comercio exterior”, la firma compulsiva de TLC’s con otros 46 países obteniendo resultados verdaderamente pobres ya que, en el año 2017, con 35 de ellos registramos un déficit que en el periodo 1993/2017 alcanzó la suma de -653,577 millones US.
Estos pésimos antecedentes, junto con la evolución histórica del intercambio comercial con los que serían los nuevos socios de México en el TPP-11, debió de haber servido de referencia para evitar la firma de este Acuerdo con “los nuevos socios” pues estos son países muy lejanos, que representan un mercado muy marginal debido al muy bajo nivel de ingresos de la mayor parte de su población; con un marco sistémico más competitivo en general; que no son complementarios para México y al contrario, son importantes competidores de nuestro país en bienes que antes producíamos y exportábamos en grandes cantidades, pero que ahora importamos particularmente de Malasia y Vietnam, entre los cuales se encuentran el calzado, la confección y productos electrónicos, y aunque no se pueda creer, café y gasolina. Por eso, el elevado y creciente nivel del déficit de México con esos dos países.
Sin embargo, el liberalismo dogmático se impuso y los improvisados burócratas habilitados como expertos en comercio internacional impulsaron la firma del TPP-11, mismo que en sólo 11 meses de vigencia muestra resultados negativos para México ya que en este reducido periodo, nuestras exportaciones con ese destino disminuyeron en 481 millones US, en tanto que las importaciones procedentes del mismo se incrementaron en 3,580 millones US.
Como consecuencia, nuestro déficit con los seis nuevos socios del TPP-11 en los primeros 11 meses de 2019 creció -4,064 millones US pasando de -11,894 millones US en el año 2018, a -15,958 millones US, es decir, un incremento de 18%.
Sin duda, el futuro de México en el marco del TPP-11 todavía será más negro pues la nula competitividad del marco sistémico mexicano no permite prever una mejora de la situación, sobre todo, porque la base de una posible mejora la constituyen las instituciones públicas y sus funcionarios, mismos a los que el Foro Económico Mundial les otorga una calificación pésima.
Esto quiere decir que en los 25 años más recientes no ha habido posibilidad de definir una estrategia integral que incluya programas, proyectos y políticas públicas que incidan positivamente en el desarrollo económico del país y en el bienestar de los mexicanos.
La 4ª Transformación debe prestar especial atención a este proceso con el fin de evitar que continúen las regresiones en nuestro comercio exterior, mismo que desde hace mucho debió de haberse constituido en la palanca del desarrollo económico de México sin que a la fecha lo haya sido en la realidad.
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