Raúl Gutiérrez, presidente de grupo acerero, habla a Forbes México de la economía mexicana: el libre mercado no ha beneficiado a todos y urge una política industrial con sentido social.
Es el momento. Raúl Gutiérrez Muguerza habla con la contundencia de un luchador curtido en la industria acerera, un sector globalizado y colmado de conflictos comerciales, acusaciones de competencia desleal y gobiernos proteccionistas.
Este año hay todo ello, y más: la caída de la demanda de acero en el mercado local por falta de obras de infraestructura relevantes, la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México y la escasa edificación inmobiliaria.
Esta conjugación de asuntos poco alentadores haría pensar a cualquiera que el ceo de la regiomontana Deacero no tendría cabeza para pensar en otra cosa que no fuera sostener las ventas de 2,300 millones de dólares de su negocio, y estar atento a la política arancelaria de Estados Unidos, su principal mercado fuera de México. Pero, al revés, el empresario regiomontano quiere propiciar, precisamente ahora, un debate en torno de un tema que rebasa, por mucho, los linderos donde se mueve la compañía. “Es el momento de un cambio”, establece.
Deacero y sus productos de alambre, su nicho de especialización, han ganado con el libre comercio, en especial con el TLCAN. “El concepto de libre comercio nos ha ayudado […] Tenemos un poco más de certeza para la exportación al mercado de Estados Unidos, así como a otros con los que México tiene tratados, y muchos de nuestros clientes se benefician de esas reglas”, dice Gutiérrez. Deacero obtiene, fuera de México, 40% de sus ingresos.
Pero el CEO de Deacero está lejos de predicar el libre comercio, al menos en la forma en que lo aplica México. La apertura no fue administrada, sino indiscriminada, y desindustrializó al país, indica. “La apertura comercial no es un fin, es un medio, y estuvo mal entendida por México… y aún lo está”, indica Gutiérrez, quien añade que la mejor prueba de ello es la industria textil.
Con la apertura, sólo se benefició una parte de la población, así que hay que repensar el modelo y acrecentar el mercado interno con base en incentivos, urge el empresario, quien se autodefine como un “activista de la política industrial”.
El doble filo de comerciar con Estados Unidos
El acero es uno de los negocios más sólidos que hay, y en ello radica el problema. Suele pasar desapercibido, pero está presente en todo género de productos, y quienes lo producen y transforman son poderosas compañías locales, regionales y globales.
Los productos de acero en el mundo tenían, en 2017, un valor de 2.5 billones de dólares, indica Oxford Economics, pero, mejor que eso, es que cada dólar generado por las acereras detona más de 2.50 dólares en el entorno, considerando a los proveedores de materias primas, energía y servicios, añade la consultora, citada por Worldsteel Association. “Esto genera más de 1.2 billones en valor añadido”.
Es el insumo clave en la fabricación de muchos productos, desde barcos hasta autos y ferrocarriles, así como en la construcción de grandes obras, como puentes, y en el envasado de infinidad de productos de consumo. “Es un mercado que se mueve todo el tiempo y en todo el mundo”, dice Gutiérrez.
Su efecto multiplicador en la economía es de los más altos y se distingue porque es el insumo para fabricar maquinaria, un elemento transformador por excelencia.
Encabezan la lista de las mayorees 50 acereras del mundo la india ArcelorMittal, la china Baowu Steel Group y la japonesa Nippon Steel & Sumitomo Metal (NSSMC). Esta industria da empleo a más de 6 millones de personas en el mundo, el equivalente a la población de Nicaragua o El Salvador; pero, además, de cada dos empleos en las acereras, dependen 13 en la cadena de suministro.
México es el decimocuarto país en cuanto a volumen de producción, si bien ninguna acerara mexicana figura entre las 50 principales compañías del mundo. Los productos basados en alambre, la especialidad de Deacero, también están presentes en todas partes: desde productos cotidianos, como las cercas de púas, clavos y varillas, hasta artículos insospechados, como las torres eólicas.
Las acerías de la compañía regiomontana se localizan en Celaya (Guanajuato), Saltillo y Ramos Arizpe (Coahuila). Las plantas de alambre son 10: ocho en el país y dos en Estados Unidos (también tiene tres plantas de alambres industriales en Morelia, Celaya y Querétaro. En sus plantas de Estados Unidos, Deacero produce clavos para pistola, cables y mallas, pero complementa esa oferta desde México con el envío de mallas y alambres de otras especificaciones, para la agricultura, la construcción y la industria. “Somos el mayor productor de alambres galvanizados en el mundo”, dice Gutiérrez.
El acero es también el centro de un intenso comercio internacional entre países y regiones, lo que amplifica la competencia, y las acereras ejercen un poder
de cabildeo en proporción a su poder económico y los empleos que generan, para proteger sus mercados y estar atento a prácticas de dumping de sus competidores. Al mes, el intercambio de acero es de 35 a 36 millones de toneladas, incluyendo las que se comercializan entre los países de la Unión Europea, más de una cuarta parte de la producción mundial. Por si fuera poco, hay en el mundo un exceso de capacidad instalada, estimada en 560 millones de toneladas, la mitad de la cual está en China, con 280 millones, el equivalente a 4.1 veces el consumo de acero en AL, según la Asociación Latinoamericana del Acero.
Para proteger su mercado, Trump impuso aranceles de 25% a quienes exportan acero a su país, invocando la Sección 232 de una ley de 1962 y preocupaciones de seguridad nacional. A Deacero esa medida le costó 65 mdd. “Nos perjudicó bastante porque nosotros tenemos fábricas en Estados Unidos, a las que mandamos material desde aquí, y allá producimos el producto terminado y lo distribuimos”, dice Gutiérrez.
La compañía envía 40% de sus productos a otros mercados, como Canadá, Centroamérica y Sudamérica, pero la mitad de eso va a Estados Unidos.
En este país tiene una planta de alambre y otra planta de productos de alambre en Missouri; y desde México exporta a ese país productos de alambre, varilla y perfiles. Como muchos empresarios mexicanos, Gutiérrez piensa que el verdadero adversario de la industria de Estados Unidos es China, y que México es un aliado y no un enemigo en ese duelo, en el que aventaja quien produce con los menores costos.
Sin considerar a la industria de la construcción, que es la que más acero consume, Estados Unidos y Canadá tienen una mayor proporción de productos planos para la industria automotriz e industrias especializadas, mientras que México hace tanto planos como largos (alambres y varillas), además de tubos, y ahora también placas automotrices. “Les favorece [a Estados Unidos su integración con México]: pueden ser más competitivos, mandar producto acá y luego regresarlo, etcétera”, dice Gutiérrez.
Pero Estados Unidos lo ve distinto. Después del retiro de la Sección 232, las acereras mexicanas retoman con cautela las exportaciones a ese país. Tienen que administrar el comercio con el vecino del norte para no incurrir en algún incremento súbito de los envíos que haga que el gobierno de Trump reactive los aranceles. Esa vigilancia se suma al monitoreo habitual de los precios para evitar acusaciones de dumping, y que productos hechos con materia prima de un país ajeno a la zona TLCAN, como China o Turquía, quieran ser introducidos a Estados Unidos haciéndolos pasar como productos mexicanos.
“El presidente Trump nos metió en un asunto político: las elecciones; y lo tratará de vender a los electores. Por ello, estamos muy cuidadosos”, agrega Gutiérrez, cuya empresa fue fundada por su padre, César Gutiérrez Lozano, como un taller de mallas de alambre, a mediados del siglo pasado.
El empresario dice que la industria y el gobierno federal se organizan para hacer ese monitoreo, que deberá tener alcance internacional.
El poder de la especialización
Deacero también produce perfiles y cables para el sector energético, y productos variados para la industria petrolera y minera. Pero su mercado más relevante, que absorbe 45% de sus ventas, es la construcción de infraestructura e inmobiliaria.
Ahora Gutiérrez piensa en más que sólo productos. Ofrece soluciones, como la fibra para refuerzo de concreto que va dentro del cemento, no tiene juntas y compite muy bien en precio. A clientes que quieren un piso, les da opciones de materiales para el refuerzo: fibra metálica, malla soldada, alambre posterizado o varilla, y puede incluso vender el cemento, gracias a convenios con cementeras. “Es un mercado que crece con un potencial tremendo porque le quitamos los dolores de cabeza al cliente”, indica.
Deacero genera más de 45,500 empleos directos e indirectos y funciona con un modelo integrado. Inicia en sus centros de acopio (tiene 16 centros de reciclaje en México y uno en Corpus Christi, Texas) donde recaba y procesa acero desechado, para luego transformarlo en 200 familias de productos (9,000 SKU), sobre todo alambre, que comercializa a través de 8,000 clientes y socios comerciales, según datos de la compañía, que se atribuye el título de reciclador número uno del país. “El valor que le damos a la compra de materias primas [de reciclaje] en el producto terminado es enorme: si compramos a uno, lo podemos vender hasta en seis o hasta 10, dependiendo del producto”, dice Gutiérrez.
Comenta también que Deacero es el mayor proveedor de acero de refuerzo en México. Hay productores de varilla de acero y refuerzo más grandes, indica, pero no tienen en su catálogo malla soldada ni alambre postensado, ni fibras de concreto, ni mallas de ingeniería. “Si ves todo el mercado de aceros de refuerzo, nosotros somos más grandes y baratos”, recalca.
Como experto en mallas, Deacero tiene cercos especiales para caballos, borregos y cerdos. Introdujo en México los cercos de alta tensión y, en un negocio más reciente, fabrica la base de torres eólicas, que puede integrarse en la cimentación de cemento y venderla como una solución. “En paneles solares, damos la solución completa de los perfiles que se requieren para las bases, ya habilitados y cortados”, dice Gutiérrez.
Deacero es también el principal reciclador de acero, un material único porque se puede reutilizar tantas veces como se desee sin perder sus propiedades. Tiene 16 centros de reciclaje en México y uno en Estados Unidos.
Sin abandonar su vocación por los alambres, Deacero se adentró en el sector automotriz. En 2016, anunció una inversión de 300 mdd para la fabricación de productos para ese mercado y, al año siguiente, estableció una alianza con la japonesa Summit Steel Corporation para montar una planta en Nuevo León. Deacero y sus socios proveen a armadoras japonesas, como Nissan, resortes para los refuerzos del volante, cables de los frenos y otras autopartes hechas con alambre.
Apertura ingenua
Como todos, México tiene que lidiar con China, pero podría tomar algo de su modelo. Desde que ese país ingresó a la OMC, hace 20 años, y comenzó su industrialización, diseñó incentivos fiscales, esquemas para atraer inversiones, como acceso a terrenos, mano de obra barata y acero económico. El plan fue invertir masivamente en instalación de capacidad para producir el acero necesario para las obras de infraestructura, caminos, puentes, presas, pero también fabricar automóviles, bienes duraderos y línea blanca. “De esa manera, jalaron masivamente la manufactura y China se convirtió en la fábrica del mundo”, dice Gutiérrez.
Esa fábrica del mundo no juega con las reglas del mercado y amenaza a las industrias de otros países, sobre todo de aquellos que, como México, apostaron todo a la apertura comercial, sin importar la desarticulación de la industria local. Fue una apuesta ingenua, dice Gutiérrez. Con el libre mercado, se puede tener acceso a productos baratos, pero ¿de qué sirve eso, si no tienes trabajo para adquirirlos? Terminas por fortalecer la industria de otros países, dice el ceo de Deacero.
Gutiérrez considera que, con el actual gobierno de corte nacionalista de Andrés Manuel López Obrador, el país está ante un escenario propicio para replantear el modelo aperturista que ha dominado desde la década de 1990 y que, señala, no tuvo el éxito esperado.
En estos 25 años de apertura comercial, quien planteara algo distinto, no encontraba eco. “Había de dos: te peleabas o eras sumiso a lo que decían [en el gobierno]”, menciona el empresario regiomontano, quien se dice no estar dispuesto a quedarse en esa disyuntiva.
“Tenemos 30 años de crecimiento mediocre, que no ha dado un ingreso per cápita mayor de lo que teníamos años atrás; no ha traído menos desigualdad y 55% de la población sigue en pobreza. Eso no lo podemos permitir: lo tenemos que erradicar”, añade.
Su toma de acción comenzó en 2012, cuando creó el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico, un primer paso hacia lo que Gutiérrez espera sea un debate para discutir una política industrial para el país.
“Vamos a ver diálogo, pero tiene que ser algo distinta”, comenta. “Tenemos que trabajar conjuntamente con el gobierno, de tal forma que podamos proteger los intereses de nuestra gente”.
Es el momento, concluye.
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