En la ciudad de Monterrey se celebró la XXVI Edición del Congreso del Comercio Exterior Mexicano organizado por el Consejo Empresarial Mexicano de Comercio Exterior, Inversión y Tecnología cuyo presidente es el Lic. Valentín Díez Morodo.

A dicho foro asistieron más de 800 empresarios que tuvieron la oportunidad de escuchar de los problemas más ingentes que se presentan para el mejor desarrollo de sus actividades así como hacer planteamientos y sugerencias sobre la mejor forma de acometerlos, buscando una solución adecuada a los mismos.

También participaron diversos funcionarios gubernamentales involucrados en estos problemas, señalando algunas de las medidas que se han venido implementando para lograr una mayor facilitación del comercio exterior, de la promoción de la inversión extranjera y de la transferencia de tecnología.

Algunos funcionarios hablaron de la política fiscal, de la necesidad de evitar que el valor agregado en los bienes orientados al consumo doméstico y al de exportación siga decreciendo e, inclusive, señalaron como meta que el valor agregado en la exportación que actualmente es de 27% (sin contar al petróleo), se incremente a 34% al final del sexenio.

Importante fue el señalamiento que uno de los elementos que esos funcionarios consideraron fundamental para lograr la diversificación geográfica de las exportaciones, fue la red enorme que el Gobierno Mexicano había tejido a través de la firma de Tratados de Libre Comercio con 54 países, manifestando que así, los empresarios ya tenían la mesa puesta para un acceso preferencial a más de 1,300 millones de consumidores.

Este Congreso, como ya es tradicional, también fue el marco ideal para la entrega del Premio Nacional de Exportación en sus diversas categorías, debiendo destacar el caso de la Empresa Deacero, cuyo presidente, el Ing. Raúl Gutiérrez Muguerza habló del libre comercio haciendo varios señalamientos muy puntuales como los que se incluyen a continuación:

“La apertura no fue administrada, sino indiscriminada, y desindustrializó al país […] fue una apuesta ingenua.

La apertura comercial no es un fin, es un medio, y estuvo mal entendida por México[…] y aún lo está (Indica Gutiérrez, quien añade, que la mejor prueba de ello es la industria textil).

Con el libre mercado, se puede tener acceso a productos baratos, pero ¿de qué sirve eso, si no tienes trabajo para adquirirlos?

Terminas por fortalecer la industria de otros países”.

Al respecto, me permito señalar que el libre comercio es bueno cuando no se aplica de una manera dogmática como se hizo en México, y yo diría que no es que haya sido mal entendido, simplemente no lo entendieron los teóricos y altísimos funcionarios del comercio exterior mexicano, ya que en lugar de primero crear un medio sistémico que permitiera producir en un nivel competitivo y diseñar una estrategia integral de comercio exterior, en 2004 ya señalaban cándida o inocentemente que:

“La política de apertura permitió a las empresas nacionales reducir sus costos de operación al proveerles de acceso a materias primas, insumos y bienes de capital en condiciones de precio y calidad internacionales; lo que también ha significado mayor competencia en el mercado de productos finales y, con ello, beneficios para los consumidores e incentivos para que las empresas eleven su eficiencia operativa”.

Sencillamente, esa fue una posición dogmática de los teóricos y altísimos funcionarios que tenía como base el desconocimiento del nivel de competitividad de la economía mexicana y el origen del mismo, de la estructura de la planta productiva nacional, de la oferta exportable, de la operación real del comercio internacional y, mucho peor, de la operación real del comercio exterior mexicano que en su mayor parte es realizada por empresas transnacionales que utilizan a nuestro territorio como un centro de costos; por eso, el reducido valor agregado en nuestro país, así como una muy poco diversificada estructura de la planta productiva y de la oferta exportable.

Al final, teniendo en cuenta que se definió al comercio exterior como palanca del desarrollo económico de México, el pésimo manejo de nuestro comercio exterior ha generado enormes retrocesos económicos que se manifiestan en la caída como economía mundial, como destino de la inversión extranjera y en el reducido valor agregado de nuestras exportaciones según se puede ver en el cuadro comparativo que se presenta a continuación; lo que se traduce en una decreciente riqueza de todos los mexicanos que en su mayor parte, cada día disponen de menos recursos para comprar los productos de importación más baratos que supuestamente reportan, los llamados  beneficios para los consumidores.

En la realidad, como se deduce de este cuadro comparativo, el PIB per cápita de los mexicanos es cada día más deprimente pues en el periodo 2001/2018, pasó de estar 33% por arriba del PIB per cápita mundial a -9% por debajo, a pesar de que en este periodo, prácticamente, ya estaban en vigor los TLC’s que nuestros funcionarios firmaron con 48 países y que aseguraban que iban a generar enorme riqueza, empleos y bienestar en nuestro país.

Hablando de países, la situación es mucho más deprimente pues en el periodo 2001/2018, un total de 24 países nos superaron en PIB per cápita, entre ellos, a los que nuestros funcionarios en algún momento clasificaban frívola y pomposamente como “hermanos menores”: Uruguay, Chile, Panamá, Costa Rica y Argentina, por sólo hacer referencia a los del continente americano.

Peor resulta la comparación con el año 1981, en que éramos la 8ª economía mundial y nuestro PIB per cápita era superior en 48% al PIB per cápita mundial.

Finalmente, debo hacer mención al hecho de que las cifras estadísticas del Valor Agregado Nacional (VAN), que se presentan para el año 2018 son estimaciones dado que, desde el año 2013, la Secretaría de Economía se ha negado a proporcionar la información estadística relativa a  los diversos agregados de la exportación y la importación, muy probablemente porque les da vergüenza la forma en que el VAN cayó de 59% en 1993, a 37% en 2018; eso como consecuencia de un proceso nocivo al que han sometido a nuestro comercio exterior consistente en importar crecientemente, para reexportar con reducido y decreciente valor agregado.

En este sentido, resulta paradójico que nos hablen de una mesa puesta cuando el elemento fundamental para poder acceder a esos mercados es la competitividad, misma que debido al marco sistémico que ellos han creado y que prevalece en nuestra economía es muy reducida, situación que se manifiesta principalmente en los resultados de la balanza comercial que tenemos con los 54 países con los que han firmado los TLC’s ya que si en el año 1993 teníamos déficit con 30 de esos países por -11,923 millones US, en el año 2018 fue con 34 países por -59,402 millones US, en tanto que para el periodo 1993/2018 fue con 39 países por un total de -844, 535 millones US.

Sin duda, una muy dudosa mesa sobrepuesta, generada por una apertura comercial totalmente incoherente en la que hay un pastel muy amargo e indigesto que sólo podremos comer si se define una estrategia con programas, proyectos y políticas públicas realistas.

Como anexo al presente, me permito incluir el artículo publicado por Forbes, sobre el Ing. Raúl Gutiérrez Muguerza al que hago referencia al inicio de mi nota.


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